Page 23 - noviembre 2018
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Era martes. Todo parecía normal: caos vial, espera eterna ante un semáforo que en contexto
           resulta mal planeado, la gente frente a sus volantes con miradas vacías, rezos ateos para que
           no pase el tren y en mi mente invocaciones a la paciencia como cada martes. Todo marchaba
           según la rutina salvo por dos situaciones: era primavera y esa mañana amaneció oscura, lluvio-
sa y con un viento que se resistía a dejar atrás el invierno; lo segundo fue un cuadro aunque revelador
de la triste condición de miseria y abandono de mucha de nuestra gente, exhalaba una absoluta belleza
conmovedora.
Justo al pasar por el caótico cruce, debajo del puente, en la banqueta que separa la dirección vehicular,
vi la silueta de un hombre sentado con las piernas recogidas, envuelto de pies a cabeza en una chama-
rra que lucía sobrada en su cuerpo delgado, una barba oscura larga y descuidada. Algo se llevaba a la
boca con parsimonia, algo pequeño que sostenía con tres dedos. Pero un detalle en su movimiento me
hizo poner atención incluso en ese breve instante que brindaba el transitar manejando por esa zona: de
entre su chamarra cerrada, asomaba la cabecita de un perro, sí, era un perro pequeño, de ésos de pelos
ralos, amarillos, abrazado amorosamente por ese hombre quien, inmediatamente después de darle una
pequeña mordida al alimento que tenía en su mano, le compartía a su compañero cánido en un gesto
profundamente generoso, de ésos que son tan poco comunes en esta locura a la que nos somete lo que
llamamos pomposamente “progreso”.
Ahí quedó atrás esta pareja singular compartiendo vida y ternura. Este hombre, en situación de calle, po-
bre y con un evidente trastorno mental, dejó una impronta insondable en mente y corazón de esta “yo”
que apenas pudo ser observadora, injustamente obsequiada aquella mañana por un sencillo ejemplo de
lo mejor que puede emerger de un ser humano.
Con el dolor de la certeza de que no está en mis manos hacer nada por remediar la condición de este ser
humano y de tantas y tantas personas que padecen las injusticias inenarrables que este país ha socavado
para los más vulnerables, con la complicidad de otros muchos con esa enfermedad que deviene de la
cultura aspiracionista irracional que se han apropiado como bandera.

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