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febrero 2016
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desde una perspectiva nomotética que toma en cuenta
sólo lo objetivo, lo cuantificable y las leyes generales que
le permitan la interpretación de la realidad, han fallado
de manera significativa, porque el hombre y sus actos
no pueden definirse desde esa óptica. Lo que pasaba
en la institución educativa a donde asistían los jóvenes
da testimonio de ello: ya estaban establecidos los roles
que jugarían cada uno según su raza, sus posibilidades
económicas, su cultura recibida, y el resultado que
tendrían al final. Eran simplemente seres determinados
por sus circunstancias existenciales, las cuales no
tenían oportunidad de cambiar. “Aunque la institución no
determina definitivamente el talente del educando ni su
forma de ser y de pensar, sí que es verdad que condiciona
enormemente su estructura mental y sintiente”. (Torralba,
1998, pág. 99)
Conocer al individuo, entrar en sintonía con él desde su
contexto, descifrar sus limitaciones y facultades, es abrirse
al entendimiento y comprensión universal tan necesaria
hoy. Y es que el hombre no ES, está SIENDO, se encuentra
en ese constante diálogo consigo mismo que le permite
conformar su persona. Pero ¿qué pasa cuando se le cierran
todas las posibilidades de autodeterminarse, cuando se le
violenta simbólicamente y se le hace perder la esperanza?
Cada uno de los alumnos de la secundaria cargaba
consigo un cúmulo de experiencias personales y familiares,
de situaciones de vida que conformaban su biografía,
de prejuicios sociales que les impedían ver el horizonte
frente a sus ojos, y ¿quién lo notó? Nadie. Al contrario, se
les encasilló en categorías de seres humanos según su