febrero 2016
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orientar sus vidas segura de que en cada acto el hombre
se hace. En lugar de continuar con el discurso hegemónico
de un individualismo que encierra al sujeto en sí mismo y
que lo imposibilita en su interacción con el otro, se abre
a un personalismo que promueve el encuentro, el diálogo
entre los alumnos.
Y es que hay que tomar en cuenta que en el interaccionismo
simbólico en el que está envuelto el ser humano, las
influencias culturales recibidas son de suma importancia
porque moldean la conducta individual, y muchas de ellas
lamentablemente no edifican al hombre, sino al contrario, lo
determinan, lo cosifican. Ser latino, negro, asiático, blanco…
culturalmente ricos en sus singularidades, entonces, ¿Por
qué dar por hecho que chocan entre sí, que unos son
más que otros? Los prejuicios también forman parte de
la cultura de los pueblos, y son éstos los que desligan,
laceran, desarraigan.
“El hombre desarraigado es un nómada espiritual, es un
ser sin fundamento, un ser virgen, desprotegido, incapaz
de interpretar el mundo, incapaz de sentirse vinculado a
sus antepasados. El desarraigo espiritual está íntimamente
conectado al desarraigo interpersonal o intergeneracional”.
(Torralba, 1998, pág. 171)
Y pocos se atreven a plantear un confrontamiento que
propicie rupturas en la configuración social preponderante,
a hablar de una contracultura donde la cosmovisión sea
distinta, donde el otro valga por lo que ES, donde el “mundo
de la vida” de Habermass sea primer plano en relación
al sistema, donde la educación vea al hombre no a la
generalidad. La teoría crítica niega la absolutización de